martes, noviembre 17

Cuento: Morír en el gallinero.

Les traigo el día de hoy un cuento; no es mío, pienso que es sudamericano por la alusión que se hace a las cordilleras y al cóndor. El cuento tiene un bello mensaje, ojalá puedan entenderlo y les guste como me gusto a mí. Y no se olviden leer la reflexión que se encuentra al final de éste.

Morír en el gallinero.

Una vez un campesino, que andaba por la cordillera, encontró entre las rocas de las cumbres un huevo extraño. Era demasiado grande para ser de gallina. Además, habría sido difícil que este animal hubiera llegado hasta allá arriba para depositarlo. Y resultaba demasiado pequeño para ser de avestruz.


No sabía de qué era, pero decidió llevárselo. Cuando llegó a su casa, lo entregó a su mujer, que justamente tenía una pava empollando un nido de huevos acabados de colocar. Viendo que más o menos era de la medida de los otros, también lo colocó con los demás huevos.

Dio la casualidad que para cuando empezaron a romper los caparazones los pavos, también lo hizo el pichón que se empollaba en el huevo traído de las cumbres. Y aunque resultó un animalito no del todo igual, no desentonaba demasiado del resto de los recién nacidos. Y aun así se trataba de una cría de cóndor. Sí señor, de cóndor. Aunque había nacido con el calor de la pava, la vida le venía de otra fuente.

Como que no tenía dónde aprender otra cosa, la bestia imitó lo que veía hacer. Piulaba como los otros pavos, y seguía a la pava en busca de gusanos, semillas y desperdicios. Hurgaba la tierra, y a saltitos trataba de arrancar las frutas maduras de los árboles. Vivía en el gallinero, y tenía miedo a los gatos lanudos que muchas veces venían a disputarle lo que el ama de casa echaba en el patio, tras las comidas. Por la noche subía a las ramas del algarrobo por miedo a las alimañas. Vivía haciendo lo que veía hacer a los otros.

A veces se sentía algo extraño. Sobre todo cuando tenía la oportunidad de estar solo. Pero no era frecuente que lo dejaran solo. El pavo no aguanta la soledad, ni soporta que otros se dediquen a ella. Es bicho de andar siempre en bandadas, sacando pecho para impresionar, abriendo la cola y arrastrando el ala. Cualquier cosa que le pueda impresionar, es contestada inmediatamente con una sonora burla. Cosa muy típica de estas aves, que pese a ser grandes, no vuelan.

Un mediodía de cielo claro y nubes blancas allá en las alturas, nuestro animalito quedó sorprendido al ver unas extrañas aves que planeaban majestuosas, casi sin mover las alas. Sintió como un estremecimiento en lo profundo de su ser. Algo así como un antiguo llamamiento que quería despertarlo en lo íntimo de sus fibras. Sus ojos acostumbrados a mirar siempre al suelo en busca de comida, no conseguían distinguir lo que sucedía en las alturas. Pero su corazón despertó a una nostalgia poderosa. Y él, ¿por qué no volaba así? El corazón le latió, precipitado y ansioso.

Pero, en este momento, se le acercó otro pavo que le preguntó qué estaba haciendo. Se le confió y le explicó lo que había visto y qué había sentido. El pavo se rió y le dijo que era un romántico, y que se dejara de tonterías. Ellos estaban para otra cosa. Tenía que ser realista. Lo importante era ir a un lugar donde hubiera mucha fruta madura y todo tipo de gusanos.

El pobre animalito, desorientado, se dejó sacar de su encantamiento y siguió al otro animal que lo volvió al gallinero. Volvió a su vida normal, siempre atormentado por una profunda insatisfacción interior que le hacía sentirse extraño.

Nunca descubrió su auténtica identidad de cóndor. Y viejo, un día murió. Sí, lamentablemente murió en el corral de los pavos como había vivido.

¡Y pensar que había nacido para las cumbres! ¡Nunca supo que era el ave que podía volar más alto!


Reflexión:

En ocasiones Dios nos bendice con talentos, tristemente muchos de nosotros morirémos sin haber descubierto cuál era el nuestro. La vida en ocasiones nos niega la oportunidad de notarlos, al volvernos limitados por nuestro nivel socioeconómico o simplemente por falta de esfuerzo.

Hay ocasiones en que sentimos pasión por algo o alguien, se siente nuestro deseo desenfrenado por hacer nuestro eso que nos atrae tanto. Esto se esfuma cuando no nos creemos dignos ni capaces de merecerlo, y más cuando hay gente a nuestro alrededor que se empesina en hacernos ver que es algo fuera de nuestro alcance y nuestras capacidades, que es solo un sueño inalcanzable. Nos llegamos a convencer a nosotros mismos de nuestras limitaciones y culpamos a la vida por su crueldad hacia nosotros. Es lamentable, pero muchos de nosotros moriremos sin haber cumplido el objetivo para el que fuímos diseñados.

No cometamos este error, la próxima ocasión que sientas un ligero piquete de exitación cuando te encuentres realizando algo, no te niegues esa satisfacción y hormigueo al sentirte pleno, no dejes que nadie te convenza de que estás equivocado al desearlo. Quizá ellos sean aquellos pavos que te impidan volar por todo lo alto, tal vez sean los pavos que te nieguen hacer tuyo lo que te corresponde por derecho.

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