sábado, abril 24

Historia del "Quo vadis, Domine" transformó el destino de un pescador

El día de hoy me propondré a contarles una historia que me parece interesante, ojalá pudiera resultarles de la misma forma a ustedes. Debo aclarar que el tema a tratar tiene mucho contenido religioso, sin por ello tratar de imponer el verdadero mensaje del escrito ni tampoco hacerme el conocedor o erudito mandado por Dios para encarrilar a sus ovejas. Mi fin es solamente contarles la historia y dejarlos a ustedes como jueces así que no espero entrar en debate sobre la veracidad de los hechos que aquí se mencionan, es percepción única y personal.

La historia la conocía desde hace mucho tiempo, desde que era un adolecente me impresionó e impactó a la vez, sin llegar a asimilar todo su contenido en realidad, hoy no puedo decir que lo he conseguido, pero si me he formado un criterio. También me gustaría aclarar que aunque se trata de un relato con clara temática cristiana, la historia como tal no es oficial ni aparece plasmada en la Biblia. Es una historia por algunos conocida y por otros no. La idea de llevarla a cabo me ocurrió en un momento de reflexión sobre la fe y la crisis que vive la Iglesia. Una cosa me llevó a la otra, al grado de plantearme una incógnita acerca del significado del celibato y su importancia para la doctrina, pronto me olvide de estos temas y fui transportado al inicio de nuestra era. Fue entonces donde llegué a un punto tal de cuestionar nuestra naturaleza humana, de vislumbrar cada uno de los defectos que nos caracterizan como individuos, lastres que arrastramos cuál peste en lo más profundo dela persona, pero también la capacidad de sobrellevarlo, reponernos y con un solo acto dar un paso al frente hacia la inmortalidad. Eso para mí es la esencia de la leyenda del “Quo vadis” y el Apóstol San Pedro y por medio de mi blog me gustaría compartirla con ustedes.

La historia comienza en el antiguo Israel en la época de Jesucristo, disculparan la falta de detalles bíblicos, los cuáles serán omitidos no por desconocimiento, sino para aligerar el relato. En aquella época en la que el Hijo de Dios comenzaba su ministerio. Fue así como se fue haciendo de seguidores fieles elegidos por él, hombre tan humanos e imperfectos muestra verdadera de la sociedad. No iba el Señor tomando a los poderosos, ni a los bien dotados, sólo el vislumbraba la naturaleza de sus actos. En Galilea se hace también de un tosco pescador con una fuerte personalidad, un personaje impulsivo y testarudo entre muchos otros defectos, un personaje rudo y hasta autoritario que, sin embargo sintió gran atracción ante el llamado del joven Rabino, quien les promete a él y a su hermano convertirlos en “pesadores de hombres”. Todos los defectos descritos son sólo para acentuar su imperfección, la cuál también podría ser opacada por sus virtudes. Es aquí donde se cimentará la reflexión. Un hombre que se encariña con su maestro y que le profesa una fe ciega como a su ministerio a tal grado de ser el primero en reconocerlo como Hijo de Dios. Es también el hombre que después de recibir el llamado de Jesús para caminar sobre las aguas en medio de la tempestad se arma de coraje y se arroja, aunque su misma falta de fe lo hace caer.

El hombre en quien Jesús encomendaría las riendas de su misión, bajo el enunciado: “La Roca sobre la que edificaré mi Iglesia”. Más, algunos todavía nos preguntamos como es que se elige a un hombre que acción tras acción da muestras de no ser apto, de ser quizá el menos sobre el grupo de apóstoles que formaban parte del mismo concejo. El hombre que después de que su maestro revelara su destino, se ofuscara al grado de jurar permanecer siempre a su lado protegiéndolo, quien en un momento de ira al ser Jesús apresado se deja apoderar por la rabia y la violencia y desenvaina la espada de uno de los captores y de un tajo cortarle una oreja. Todos ellos actos reprochados y condenados por su señor.

Quizá el evento por todos reconocido y el más cuestionado de su vida fue el negar a su maestro después de ser atrapado y enjuiciado. Un temor y una angustia enormes se apoderaron de su ser e hizo que por tres ocasiones negara a Jesús, negara siquiera conocerle y que rompiera en llanto apenas cantara el gallo al totalmente avergonzado, humillado y minimizado recordar una predicción hecha en la Última Cena. Parecía todo indicar que se trataba de un ser prepotente y orgulloso y a la vez temeroso; un ser con fe ciega en una misión y aún así comprobada su falta de fe, un hombre violento e intenso, pero a la vez avergonzado. Un hombre con un equilibrio contradictorio entre defectos y virtudes que sin embargo, fue encumbrado hasta la cúspide de una naciente religión, aquella dictada por Jesús para ser el camino de vida y salvación y que cimentaría sus inciertos y terribles inicios sobre los hombros de este hombre, de esta roca y que como la promesa dicha “Sus puertas prevalecerían hasta el final de los tiempos”.


Pero entonces que fue lo que hizo San Pedro para merecer tal asignación, ¿que hizo este hombre imperfecto para elevarse sobre los otros apóstoles y convertirse en líder de la Iglesia que a la postre se convertiría en la más poderosa e influyente del mundo por miles de años?

Creo que la respuesta está en el final de sus días, en esos eventos que se desencadenaron en el pentecostés y que son el verdadero origen de la Iglesia Católica. Es en ese evento místico donde se da la verdadera transformación de los hombres, como muestra de que el Espíritu de Dios los tocó y les arropó con una valentía y un coraje que los haría enfrentar los miles de retos para llevar la misión de Dios a cada rincón del mundo conocido. Fue después de comprender la verdadera naturaleza del Mesías que fueron transformando sus destinos. Más este cambio es más notorio en la persona de nuestro apóstol, el cuál de pronto se ve a sí mismo como modelo y líder disputándose el poder de decisión y la validez de sus palabras mediante milagros. Sería el principal líder a la hora de enfrentar acusaciones del Sanedrín de herejía y admitía a nuevos adeptos gentiles. Todo esto lo llevó a enfrentar adversidades, persecuciones y señalamientos, pero para algunos su prueba más grande sería su propia muerte.

Esa misma necesidad de aceptación nacía de sentirse culpable de un incierto pasado junto a su maestro y de la nube que sobre el rondaba al recordarlo. Se arma de valor ya instaurado el decreto de llevar la Buena Nueva también a los fieles siguiendo el ejemplo del apóstol San Pablo y decide que si realmente quiere hacer una diferencia tiene que trasladarse al verdadero centro del mundo, lugar desde donde buscaba darle un vuelco a su Misión, pero lugar donde los cristianos eran más perseguidos y repudiados. Las ideas preconcebidas de los romanos sobre esta nueva fe eran distorsionadas y la veían como una verdadera amenaza para todo el estado, además de estar Roma gobernada por uno de los emperadores más crueles y sanguinarios de su historia, Nerón, el cuál sentía un odio inexplicable hacia los cristianos. Aún así San Pedro conocía los riesgos y tuvo la oportunidad de ser merecedor de tantas atenciones de su maestro. Decide internarse en la capital del estado más poderoso del mundo conocido, con el objetivo de sembrar la semilla para que sus raíces se propagaran a cada rincón del majestuoso imperio.


A escondidas, siempre temeroso comienza a proclamar la palabra de Jesús desde las catacumbas de la ciudad de Roma, donde se instauraría la Iglesia. Al final de sus días parece que el hombre una vez señalado por sus debilidades, por sus temores, comienza a ganarse el mérito de ser el líder de la Iglesia. Sin embargo una vez más al sentir el asedio de sus perseguidores no es capaz de mostrar el temple y coraje necesario, anteponiendo su propia integridad a una misión que había jurado y se lo había propuesto, proteger con su vida como ya muchos hermanos lo habían hecho. Turbado y angustiado y ante el temor de sus seguidores que prefieren verlo lejos, pero a salvo se apresura para salir de la ciudad, el quedarse, lo sabe, significa su muerte, decide dejar su misión a medias para quizá intentarlo más tarde o continuar con ella desde otras ciudades menos turbulentas y peligrosas. A gran prisa se traslada a las afueras de la ciudad por una de las enormes calzadas de las que hacia gala la infraestructura romana; la Vía Appia cuando a medio camino se encuentra con un hombre que llama su atención y que se dirige en sentido contrario a él. Allí el enunciaría la famosa frase:

-  “Quo vadis, Domine” en latín “¿A donde vas, Señor?

El hombre lleva a cuestas una cruz y le contesta:

- ¡Voy  a Roma, a ser crucificado de nuevo!


Es una respuesta que lo estremece, cimbra cada parte de su cuerpo y de sus sentimientos al recordar que es la misma pregunta que ya le había hecho una vez cuando predijo su negación.

- ¿A donde vas Señor?

- A donde yo voy, no me puedes seguir ahora; mas me seguirás después.

Es en ese instante que por fin siente un cambio y toma una decisión que transformaría su legado, entiende su destino y finalmente lo ha aceptado; es el quien tiene que ser crucificado ahora. Con una resolución absoluta da media vuelta y regresa a Roma a continuar con su ministerio. Al cabo de poco tiempo San Pedro sería capturado y hecho prisionero. Sería un verdadero trofeo para Roma tener en sus manos aquel que había sido asignado como líder de la Iglesia, volviéndose en su primer Papa y no dejarían pasar la oportunidad de intimidar y dar un escarmiento con el ejemplo a su creciente número de seguidores. San Pedro sería crucificado, sin embargo, al final aún no se siente lo suficientemente digno de morir de la misma forma en la que su maestro así que solicita ser ejecutado sobre la cruz pero boca abajo.


La recién nacida Iglesia sufría una de sus más grandes pérdidas, moría uno de sus principales fundadores y el asignado para dirigirla, más la reacción no seria la esperada por las autoridades romanas, San Pedro moriría como un mártir y se convertiría en estandarte para sus seguidores que veían en todos lados hombres ser sacrificados por su fe, convirtiéndose en modelos de lo que ser cristiano representaría en los siglos subsecuentes, donde serían literalmente cazados y ejecutados de formas crueles.

La Iglesia Católica sobreviviría bajo la ciudad de Roma entre la suciedad y abandono de las catacumbas por más de 400 años hasta que un día se elevó para convertirse en la religión oficial del Imperio más poderoso del mundo. Tomando a San Pedro como uno de sus principales bastiones, fue esa decisión en la Vía Appia la que le otorgó el merecimiento que toda su vida había buscado y lo hizo trascender milenios y no hay duda de que lo seguirá haciendo, convertirse en la Roca que cimienta la Iglesia y en el portador de las las llaves que abren las puertas del cielo.

Nunca es tarde para buscar darle un vuelco  a nuestra vida, no es necesaria la muerte para lograr trascender, basta dejar que nuestras virtudes opaquen con su brillo nuestros defectos. 

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