viernes, noviembre 19

Relato de miedo: Una huìda eterna

Aqui uno de los relatos que he estado escribiendo por lo de dia de muertos, lo dividì en dos partes por la extensiòn y para volver mas còmoda la lectura. La temàtica puede sonar muy parecida a las que he escrito antes, pero mas adelante tomarà un un enfoque muy distinto que espero agrade. Me gustarìa saber que les parece y tambièn cualquier crìtica serà bienvenida, sin mas espero les guste y ya verè el momento de postear la parte dos.

“Hay personas que al percibir el susurro de lo extraño no huyen como los demás, permanecen inmóviles. Cuando ocurre algo considerado paranormal; solo se bloquean.”


Habían dado las 10:30 de la noche hacia unos minutos, el tiempo transformado efímero siempre al afrontar aquella tarea vuelta habitual. Abrigándose un poco para afrontar esa noche que lucía mas fría de lo cotidiano, a finales de Octubre los primeros frentes fríos se deslizaban transportados por el viento por aquellos campiranos parajes. Por unas horas abandonaría la calidez de su hogar, desde donde la luz del televisor brindaba confort y le hacía melancólico el momento de apartarse para afrontar una de sus tareas más funestas, pero que realizaba con rutina diaria. Aún así no le quitaba lo desagradable.

Dando un ultimo vistazo a la habitación donde su familia plácida se prestaba para el sueño. El rostro de sus hermanos que apacibles habían caído presas del cansancio, ya no había mucho que decir, era su obligación y la había tomado sin reservas.

- Ya me voy. – susurra el chico con sutileza evitando incomodar en la medida de lo posible el ambiente y dando los últimos detalles para su partida acomodándose con recelo sus zapatos.

- No tardes tanto – le contesta la voz de su madre que ni siquiera se toma la molestia de voltear a verle presa momentánea de las imágenes de ese mágico aparato.

- Si, no lo haré – culmina la plática más bien seca para salir finalmente de su hogar. Apenas abre la puerta la brisa brusca en los arboles le hace ver que no es una noche normal, le acaricia con severidad el rostro y le provoca un ligero escalofrío que lo pausa por un instante indeterminado.

La luz de la luna lo despierta de ese transitorio letargo y sus manos buscan el abrigo de las bolsas de su chamarra para perder un poco del entumecimiento que las condiciones climáticas ocasionaron. Emprende el paso hacia una habitación en ruinas que ya servía de caballeriza, casi a tientas y solo con la ayuda del resplandor de la luna, que en estas condiciones es todo un regalo, se estira para tomar de un perchero las cuerdas y un freno usado para dirigir a su caballo. Los cuelga de su brazo para dirigirse hacia ellos, llevando sus manos a la boca para dar un resuello buscando regalarles un poco de calidez.

El viento se enloquece por momentos azotando las ramas de los arboles para regalar en su impacto una melodía un tanto tétrica y el pequeño Rogelio da cuenta de ello apenas treparse a su caballo. Toma las cuerdas que mantienen atados a otros dos animales y se presta a llevarlos a pastar en la que es su mas solitaria aventura.

Cuando sale de las puertas de su hogar no hay más ruidos en la calle que la de ladridos lejanos de perros y el mugir del ganado. Es un pueblo rural y pequeño alejado de la ciudad en el que sus habitantes no tienen mas opciones que el dormir temprano para prepararse para otro día de arduo trabajo labrando sus tierras. Ningún niño anda a estas horas tampoco la pobre iluminación, que solo las lámparas colgadas de cada poste de luz a cierta distancia brindan, lo impide. Es un lugar abandonado apenas caen las penumbras de la noche. Pero sin más el chico golpea tenuemente los costados de su caballo para iniciar aquella andanza acompañado por la inevitable canción brotada del impacto de los cascos con las piedras. Las luces últimas de las casas lo acompañan como desfilando durante escasos minutos antes de también darle la despedida, se aleja sin mas con un paso lento para evitar cualquier respingo de sus caballos que por otra parte andan calmados, quizá acostumbrados también a una caminata que han hecho cientos de veces. Es en ese último instante de luz artificial que abre su mano derecha para observar unas pequeñas piedritas azules de río, son tres casi del mismo tamaño con una superficie suave y fina y que ahora le dan un alivio que considera necesario. Las ve por ultima vez con fijación hasta que la luz se aparta y las mete a la bolsita de su camisa dejando su mano en el pecho tocándolas por un tiempo considerable hasta verse completamente internado y rodeado por las penumbras.

Allí inicia esa angustia que lo afligía siempre, pero que hoy los acontecimientos se irán tejiendo para hacerla totalmente diferente, hilando una cosa con otra como un juego cruel del destino.

De 9 años aún temores comunes lo paralizaban, pero tenia una responsabilidad que debía cumplir montado en su caballo. Solo tenía que llevarlos y esperar siempre con angustia que fueran por él. Su destino estaba alejado y la única seguridad que lo aliviaba era conocer el camino y el tenue destello que emanaba la luna y que como delicadas láminas pasaban a través del follaje de los arboles. El cantico molesto de ese silbido que el viento desataba, era angustiante en gran medida. Sin embargo su pesadilla apenas comienza.

La calle se vuelve camino y solo hay huertos que la flanquean, protegidos por un cerco formado de arboles enormes, pinos y canelos daban forma a una especie de túnel ayudados por sus ramas y hojas. De día lucia espectacular, un sendero de sombra y frescura, de noche tétrico y deprimente. Sus sentidos se agudizan por un temor natural a lo incierto de las sombras, más hoy algo raro se respira lo que siente apenas ingresa.

Siempre iba con miedo más hoy se intensifica. Comienzan a sonar ruidos por demás ajenos, inexplicables para una persona como él que parecía ya conocerlos todos, mas estos nunca. No estaba seguro en realidad, ya que sentía al mismo tiempo que alguien lo seguía, como extrañas pisadas que escoltaban sus pasos, como algo existente y a la vez no ya que se camuflajeaban a la perfección en los impactos de los cascos de los animales. Jala con prontitud las riendas para detener toda marcha, más solo silencio y un ligero relincho es lo que es audible. Decide continuar, afectado por una sensación que le comenzaba a molestar, volteando constantemente totalmente nervioso. Esto hace que en su pecho sienta la presión del miedo y el temor, empero sin razón alguna ya que hasta el momento nada malo sucedía, así lo quería creer dándose impulsos para continuar con la marcha. No había nada, por lo menos no lo había visto. Más desconcertado totalmente desde sus oídos se desata un electrizar que lo envuelve al escuchar sin ninguna nitidez risitas infantiles desde un lugar desconocido, escalofríos se apoderan de él, siendo testigo de algo que consideraba imposible en un lugar muy alejado ya.

Algo dentro de él se estaba perdiendo, coloca la mano en su pecho temblorosa por el nerviosismo y el pánico, para sentir aquellos tres amuletos, aterrado al escuchar que no eran ruidos lejanos de los cuáles le pudieran llegar los ecos, eran diminutos destellos de voz que danzaban a su alrededor. En la oscuridad total solo veía a lo lejos la salida de la arbolada, mas todo se pausa cuando un frío mucho mas intenso que el del ambiente mismo se desliza desde su nuca a al cuello, por su mejilla y oreja, como si alguien o algo se postrara allí y se hiela al sentir una especie de resuello tan cerca de él. Era imposible e inaudito, la altura de su caballo lo hacia ver así, para que algo estuviera a su lado debería ser anormal de otra realidad que tanto le azoraba imaginar, algo inconcebible.

Pasmado en gran medida es incapaz de reaccionar, sus pequeñas manos sosteniendo las riendas tiemblan copiosamente, al grado de soltarlas y su respiración se aceleró vertiginosamente, con sus ojos totalmente abiertos victimas de un pánico atroz, negados por completo a movilizarse también temiendo ver algo, una sola forma que deshiciera su cordura, sin embargo esta poco a poco se estaba haciendo pedazos. Era un niño simplemente, a punto de llorar, pero era algo que no acostumbraba, sin embargo en esos instantes lo que tenía su mente inerte era el terror de sentirse sin escape.

En ese instante de perdida y abandono su caballo reacciona, de hecho lo hacen todos, haciendo un relinchido molesto y reparando ligeramente, pareciere que algo presintieran, mas en su acto obligan a Rogelio a tomarse de las riendas para sostenerse y volver a su realidad buscando calmar su alazán.

Apenas pasa el apuro que le significaba caerse de su única protección, voltea su mirada y se queda viendo con su rostro sobre el hombro, buscando hacia atrás avivando sus ojos, más un esfuerzo ineficaz, no puede ver nada y si lo hubiera era imposible representarlo con tal pobreza de luz. Se sentía terrible, con un nudo en la garganta de agobio, mas decide que no tiene porque dar marcha atrás. Esa incredulidad en medio del terror absoluto, esa arma que le significaba el realmente no haber visto nada, que todo aquello pudiera ser un artilugio maquilado por su imaginación le haría cometer un error tras otro.
Lo embargaba un gelidèz que no comprendía, pero sabía que debía seguir, mientras acaricia aquella zona que vio afectada por el extraño hecho, se da la vuelta, casi como si fuera en cámara lenta, esa escena crucial que desencadenaría sucesos que lamentaría toda su vida, sus ojos ligeramente llorosos entre ligeros sollozos que dejan de ver hacia atrás, temerosos, pero con la resolución de ir hacia el frente para continuar su camino. Lo que había allí oculto se escapaba a sus ojos, aunque ya no lo abandonaría, podría andar a su lado, ya no lo percibía.

Cuando la luz le golpea el rostro apenas saliendo de aquel túnel significa una verdadera liberación. Salir a la pradera abría todo un mundo de tranquilidad. Que decepción se lleva, algo seguía mal, porque ese día así serían las cosas. Ese día estaba destinado, tenia que darse, pero el lo atribuía a la casualidad. Sus ojos afectados veían todo grisáceo, recorría todo con sus ojos negros afectando su entorno, el pasto y los arboles con un tono maquiavélico. La luz de la luna transformada, completamente viciada. Una misteriosa niebla lo cubría y a todo el alcance de su mirada estaba presente. Se sentía tan solo, porque cada vez que sentía miedo ante lo incierto simplemente se daba ánimos y acudía a un Dios que parecía que dejaba a uno de sus más fieles creyentes abandonado a su suerte.

Simplemente baja la mirada por el miedo, mientras que los animales andan sin contratiempo, no hay que ordenarles nada, ya conocen el camino. Teme ver los arboles y los arbustos ya que parecían tomar formas demoniacas. De reojo veía lucecitas incandescentes que desaparecían y aparecían apenas quería observarlas con su rostro abajo, no destellos, más bien pequeñas flamitas que formaban una cadena, algo que no comprendía. Ya estaba vencido, sin encontrar explicaciones de porque le ocurría esto, que pecados o males había hecho para merecerlo. Pero seguía andando, no sabia que sería peor si seguir o regresar a aquella arbolada fúnebre.

Unas lagrimas ya no pudieron mantenerse y se escaparon, consciente de lo que lo aquejaba, con la cabeza vencida, solo viendo de reojo, esperando el golpe letal o al menos aquel que lo tumbara de su caballo, así se sentía, agobiado por ese aire sucio, el no lo sabia, pero parecía que ya había sido marcado, porque nada a partir de ese momento volvería a ser igual. Estaba en un estado de shock, en el que los rezos se hacen de manera automática, cuando la angustia es total, cuando no hay mas a quien acudir, así se sentía en el transcurso de la noche abandonado, realmente solo, pero se daba valor, en el mismo, en sus creencias, en su dios, pero todo se derrumbó cuando a mitad de su camino a sus oídos llega un sonido claro y nítido, pero escalofriante a la vez, cadenas chirriantes que se restiran como siendo jaladas desde un lugar abismal, un sonido que resuena infernal y que cada vez se hace mas claro, ni siquiera es necesario detener su caballo, ya que este reacciona casi de inmediato. Ahora si solo hay impotencia en él, está derrotado incapaz de hacer movimiento alguno ve desde lo grisáceo del lugar salir un ente terrorífico. A la orilla de su camino, justo al pasar por unas ruinas que hablaba de cuentos espeluznantes entre los habitantes, historias escalofriantes de muerte que hoy tomaban vida ante sus ojos, desde una acequia que rodeaba ese extraño lugar se ve un monstruo que se asoma saliendo del agua, con un color a podredumbre y con un aspecto demoniaco a la vez que mortecino, no tiene tiempo de notar como se mueve con esfuerzo para salir del agua, como prisionero de sus propias ataduras que comienzan a ceder cuando el sonido de las cadenas se agudizan ocasionando que los caballos que lo acompañan y de los cuales sujetan las riendas emprendan la huida despavoridos, el que el monta afectado de la misma forma se da media vuelta en medio de un reparo que termina por tumbarlo con un poderoso impacto con el suelo que lo saca de pensamientos por un momento.

Aterrado se incorpora escuchando los sonidos de sus caballos alejarse, esta acabado, así se siente cuando ve esa figura dantesca acercarse a él, recostado impulsándose con las manos y con movimientos dislocados se acerca a él, el cuello de lado tal vez roto que impide que pueda ver con claridad ese rostro terrible y el sonido que lo pasma, impidiéndole cualquier reacción, aún la mas mínima, solo sus ojos se escurren en un llanto incontrolable, mientras que su cuerpo tiembla sin control haciendo sus rezos inentendibles, ya no tienen lugar al sentir la cercanía de aquel que disloca su cuello en un sonido tronante para verlo con aquellos ojos infernales acompañado de un olor asqueante, sin evitarlo se apoderan de él, de cada uno de sus sentidos mientras que sus ojos se hacen blancos como si se les robara algo, mas de súbito siente una mano como el hielo que lo toma del brazo. Todo es un caos, pero desde un lado de el, saliendo de la misma acequia escucha unas palabras que lo seducen y lo atemorizan a la vez.

- Ven conmigo, acompáñame. - Resuena una voz infantil que por instantes lo hacen abandonar aquellos sentimientos de muerte.

Continuarà...

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