Pocas fechas tienen un significado tan especial para los mexicanos como el 5 de Mayo, fecha en que un empobrecido pais haria frente a una de las potencias mas elitistas del mundo. Sirvio tambien para consagrar a un general como heroe mexicano, aunque en su vida personal se viviera un infierno pudo mas la voluntad de servir a su patria. Les dejo un articulo que me lei en El Universal que me gusto mucho, porque nos mete en la piel de aquel 5 de Mayo de 1862 en las cercanias de la ciudad de Puebla...
1. GOBIERNO EN APUROS
Esta serie está dedicada a Jimena Camacho,
por compartir la emoción de la Patria.
"La oposición sistemática que el Congreso declaró al Ejecutivo no cesó ni con el amago de una guerra extranjera... no parece sino que algunos de los individuos de aquél están completamente desposeídos de amor patrio y que les interesa poco que la Nación se pierda". Esta queja la formuló, en diciembre de 1861, el general Ignacio Zaragoza, cuando acusó a los diputados de no colaborar con el esfuerzo que el presidente Benito Juárez encabezaba para defender a México de la invasión europea.
En efecto, el presidente no las tenía todas consigo. A pesar de haber vencido a la facción conservadora en la guerra de Reforma, su popularidad había disminuido; los propios liberales lo criticaban y lo acosaban, desde la cámara de diputados o desde los periódicos, bajo el argumento de que el gobierno era ineficaz, poco vigoroso y que estaba desprestigiado. Llegaron a más: exigieron su renuncia en voz del diputado Ignacio Manuel Altamirano: "El presidente haría el más grande de los servicios a su patria retirándose puesto que es un obstáculo para la marcha de la democracia".
Los liberales siguieron hostigando a Juárez y cuando se supo que tres naciones europeas enviarían tropas a México, lo presionaron para que cambiara de gabinete. Entonces se vio precisado a responder repetidas veces que su deber era "sostener la legalidad constitucional y la Reforma así como las facultades y prerrogativas del que la ley concede al Presidente de la República". Pero para calmar las tempestades políticas y hacer frente a la amenaza extranjera, don Benito cedió y permitió al grupo liberal mayoritario designar a sus ministros y concedió la dirección del gabinete al general Manuel Doblado.
Solo así, doblando las manos, Juárez consiguió el apoyo del Congreso, que expidió el decreto que le otorgó facultades extraordinarias para que sin restricciones defendiera la independencia y la integridad del territorio nacionales. Ya era un poco tarde. En Veracruz habían desembarcado los soldados españoles, ingleses y franceses que venían a cobrar diversas deudas a México, aunque se sospechaba que sus intenciones eran otras. De cualquier suerte, el Presidente Juárez emitió un manifiesto a la nación, apelando al patriotismo de todos para que "deponiendo los odios y enemistades y sacrificando vuestros recursos y vuestra sangre, os unáis en derredor del gobierno y en defensa de la causa más grande y más sagrada para los hombres y para los pueblos".
No le hicieron mucho caso. Muchos de los antiguos conservadores se unieron a los invasores. De los diputados, sólo uno se incorporó al ejército: Porfirio Díaz. Algunos gobernadores, como Santiago Vidaurri, de Nuevo León, se mostraron escépticos y fueron varios los liberales que aconsejaban negociar con las potencias extranjeras. El pesimismo era la constante y hasta se decía que los soldados extranjeros estaban aquí para ayudarnos a establecer "un orden de cosas duradero".
2. EL PRESIDENTE Y EL GENERAL
La vida de Ignacio Zaragoza era la de un militar improvisado como había muchos en México, hasta que el presidente Juárez le pidió encargarse del mando del Ejército de Oriente, que debía hacer frente a las potencias invasoras que habían desembarcado en Veracruz. La ineficacia, lenidad y cobardía del anterior comandante del ejército, obligó a don Benito a sustituirlo por alguien de su entera confianza. Su hombre era Ignacio Zaragoza, un joven general de apenas 33 años de edad que había destacado en la guerra de Reforma.
La misión que el presidente le encomendó resultaba casi imposible. Primero porque anímicamente Zaragoza se hallaba en el peor momento de su vida: su esposa, Rafaela Padilla, había fallecido poco antes, en enero de 1862, dejándolo viudo y con una niña de corta edad, a quien finalmente abandonó para asumir el mando del Ejército de Oriente. Zaragoza partió a la campaña llevando a cuestas el dolor por la muerte de su esposa y la angustia por el futuro de su hija. Dejó todo atrás, aunque el cargo fuese superior a sus fuerza, como escribió, pero asegurando que le "sobraba voluntad para llevarlo".
Lo demostró de inmediato al imponer disciplina a los demás generales -"no se mueve ningún soldado si no es de mi orden"- y al pasar por las armas a un prominente conservador, Luis Robles Pezuela, que promovía un plan para derrocar a Juárez y acercarse a los franceses invasores. Todos entendieron que Zaragoza actuaba en serio, hasta don Benito, quien le escribió: "Estoy muy contento con el modo de obrar de usted. Siga usted usando la misma energía".
Zaragoza comprendió que para defender a México hacía falta un ejército bien formado. Y los ejércitos se forman con hombres y con dinero, y el gobierno del presidente Juárez carecía de ambos. También le faltaban oficiales experimentados. Por más que sus generales tuvieran entusiasmo para enfrentar a los invasores, no tenían la educación científica militar de que sí gozaban los conservadores, cuyos mandos principales y subordinados eran egresados del Colegio Militar. Por ello, la primera medida de don Benito fue llamar a la reconciliación expidiendo una ley de amnistía por la que perdonaba a sus antiguos enemigos y permitía su incorporación al ejército nacional que enfrentaría a la invasión.
Exceptuó de ella solo a los grandes caudillos de la reacción. Con esta medida, el presidente Juárez atrajo a destacados militares como Miguel Negrete, quien sería un factor determinante en la batalla del 5 de mayo.
En seguida, intentó resolver -insuficientemente- el problema del dinero. Las facultades extraordinarias le permitieron al presidente establecer impuestos de emergencia y autorizar exacciones y préstamos forzosos a las poblaciones, concediendo a los comandantes militares el permiso para "hacerse de recursos" donde los encontraran. Así lo había pedido Zaragoza y así se le concedió. La correspondencia sostenida entre Juárez y Zaragoza demuestra que la principal preocupación del general era contar con el numerario necesario para pagar víveres, forrajes, municiones y demás gastos; el mismo general confesó que sus tropas no tenían uniformes.
En realidad tampoco tenía tropas. El Ejército de Oriente estaba formado por algunos veteranos de la guerra de Reforma pero no eran suficientes. Para llegar a contar con poco más de ocho mil hombres, fue necesario recurrir a la leva; reclutamiento forzoso autorizado, eso sí, por la ley que expidió el gobierno en la que se obligó a los mexicanos a prestar el servicio de las armas. En algunos lugares, como San Andrés Chalchicomula, los pobladores trataron de oponerse pero fueron sometidos. En Zacapoaxtla, los naturales también fueron "reclutados" para formar un batallón. Una desgracia mermó gravemente al Ejército de Oriente: más de mil hombres fallecieron en un terrible accidente al explotar un depósito de pólvora donde dormía una brigada. Mal alimentados, peor armados, reclutados a la fuerza y luego de haber visto de cerca la espantosa muerte de un millar de sus compañeros, la moral de los soldados no era precisamente la mejor cuando se anunció que el enemigo estaba a la vista.
3. LAS ARMAS DEL SUPREMO GOBIERNO
"Pelean muy bien los franceses, pero los nuestros matan mejor", escribió el general Zaragoza a su "muy estimado amigo", el presidente Juárez, luego del primer encuentro, en las cumbres de Acultzingo. A Zaragoza no le preocupaba tanto la moral de sus soldados sino su novatez y su indisciplina. Por ello decidió resistir en Puebla y confiar al presidente Juárez su plan de operaciones: "poner obstáculos al invasor que le impidan aproximarse a la capital y defenderme en dicha ciudad si me ataca". Su idea era combatir al enemigo para "entretenerlo tenazmente dando tiempo al gobierno forme un ejército respetable". Este era el propósito original y así lo hizo saber a sus generales. Porfirio Díaz narró cómo Zaragoza los exhortó diciéndoles que "nos debíamos comprometer a combatir hasta el sacrificio, para que si no llegábamos a alcanzar una victoria, cosa muy difícil, aspiración poco lógica, supuesta nuestra desventaja en armamento y en casi todo género de condiciones militares, a lo menos procuráramos causarle algunos estragos al enemigo porque así el gobierno y la nación contarían con el tiempo necesario para para preparar la defensa del país".
En Puebla las cosas no marcharon bien. No encontró ni provisiones ni dinero. Es más, muchos de sus habitantes prefirieron huir de la ciudad. Uno de ellos escribió: "Puebla está triste, las familias la han abandonado". Los mismos poblanos llorarían la derrota de los franceses. Zaragoza incluso se quejaría después: "Que bueno sería quemar Puebla. Está de luto por el acontecimiento del día 5. Esto es triste decirlo, pero es una realidad lamentable".
Para colmo, tuvo que dividir a su ejército. Se quedó con poco más de cuatro mil hombres en Puebla y envió el resto a interceptar a un numeroso contingente de conservadores que pensaban unirse a los franceses. Sin embargo, a pesar de su inferioridad numérica con respecto al ejército invasor -más de seis mil soldados-, percibió que la moral de sus tropas se había elevado considerablemente ante la inminencia del gran combate. Escribió al ministro de la guerra diciéndole que si recibía refuerzos, "yo le aseguraría hasta con mi vida que la división francesa será derrotada". Nunca llegaron los refuerzos pero sí derrotó a los franceses.
Quizá solo él estaba convencido del triunfo. En la madrugada del 5 de mayo, al pasar revista a sus soldados, los arengó: "Vais a pelear por la patria y yo me prometo que en la presente jornada le conquistaréis un día de gloria... Soldados, leo en vuestra frente la victoria... Fe y ¡viva la independencia nacional!" A media tarde, cuando todo se había consumado, informó vía telegráfica al presidente Juárez: "Las armas del supremo gobierno se han cubierto de gloria" y dijo estar "muy contento con el comportamiento de mis generales y soldados. Todos se han portado muy bien". Algunos de ellos no creían todavía lo que había sucedido. Porfirio Díaz confesó después que "esta victoria fue tan inesperada que nos sorprendimos verdaderamente con ella".
Zaragoza cerró la jornada gloriosa escribiéndole a Juárez: "Sea para bien, señor presidente. Deseo que nuestra querida patria, hoy tan desgraciada, sea feliz y respetada". No se cumplirían sus deseos, pero sí se inmortalizaría su nombre. Lo primero porque, desde un punto de vista militar, la batalla del 5 de mayo sólo contuvo la intervención francesa, que se reanudaría un año mas tarde, con más bríos, precisamente sobre Puebla y luego sobre todo el territorio nacional. Los invasores se quedarían en México hasta 1867.
Zaragoza no sufrió ya las derrotas siguientes del ejército mexicano, pues murió en la plenitud de su carrera unos meses más tarde luego de su victoria. El presidente Juárez honraría su nombre al agregarle a Puebla el apellido de Zaragoza. Luego, los hombres de letras del siglo XIX se encargarían de elevar su fama a los altares de la patria y de los hogares. Con las palabras de Juan A. Mateos, Guillermo Prieto, Ignacio Manuel Altamirano, Juan de Dios Peza y muchos otros más, se creó la leyenda del invencible paladín de la mexicanidad.
A despecho de quienes siguen atribuyendo a la casualidad la victoria del 5 de mayo, ésta tiene dos explicaciones: una, la visión de un presidente que organiza el esfuerzo nacional a pesar de las críticas y opositores, infunde valor a la nación, elige y confía en un buen general; y la otra, la responsabilidad de un general que es leal a su gobierno, enérgico, meticuloso, valiente y que, sobre todo, tiene fe en el triunfo. Tal vez las lecciones de aquel 5 de mayo sean útiles en nuestro tiempo.
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